[1]Para una historia cultural del impreso (siglos XIX-XX)

 

Jean-François BOTREL

Université Rennes 2

 

         Después de casi medio siglo interesándome por la historia del impreso, a pesar de haber publicado algunos libros o libritos[2] así como distintos balances bibliográficos sobre este tema[3] y co-dirigido una Historia de la edición y la lectura[4], sigo dudando de si soy lo que se llama un historiador del libro —o del no libro, en el sentido de printed non book materials[5]al que últimamente vengo prestando atención. Si he llegado a serlo de vez en cuando, publicando unos 50 ítems que remiten en alguna manera a la historia del libro, de la edición y de la librería stricto sensu (desde el folleto La Sociedad de ediciones literarias Ollendorff[6] hasta « Sobre la fabricación del libro en Madrid » en una revista digital, ya[7]), siempre ha sido en un marco delineado a finales de los años 1960 cuando empecé a investigar de veras, para estudiar, desde una sociología de la literatura entre marxista y macluhaniana, “el fenómeno de la comunicación literaria escrita de manera global esto es sin privilegiar a priori ningún elemento de la cadena de relaciones establecidas entre productor/emisor ; y el consumidor/receptor[8] », con las mediaciones de los editores, impresores, periódicos, libros, críticos, bibliotecarios, etc. Al filo de los años, han evolucionado los supuestos teóricos y también he ido descubriendo la relevancia de otras formas impresas como la literatura de cordel o los no-libros y de lo visual y de la oralidad[9], en una sociedad que se solía contemplar a través de sus expresiones escritas tipográficas, y más actores de la comunicación. Pero he mantenido mis investigaciones en dicho marco, en busca de la realización de un ambicioso pero hipotético y sin duda inacabable mosaico en el que solo he llegado a pegar unas cuantas teselas, con un largo centenar de estudios sobre algún punto del campo abarcado[10].

         A partir de mis contribuciones « objetivas » a una historia del libro en España, analizando lo que prevaleció en mis preocupaciones, quisiera documentar y destacar el alcance de las evoluciones habidas hacia lo que hoy llamaríamos una historia de la cultura escrita o historia cultural del impreso y abogar ahora por una visión más amplia que supere las fronteras tanto epistemológicas como geográficas, contemplando, desde la historia de la cultura escrita,  el impreso y el texto en el medio en que viven, en situación —una visión ecológica—, y su circulación más allá de las fronteras.

         Una visión que no esté dogmáticamente restringida a un espacio o un periodo, pues,  y se articule de manera dinámica con otras esferas de la historia cultural, peculiarmente la de la producción y prácticas culturales, con la preocupación permanente de procurar conocer lo que puede ser propio de España, pero también lo que pudo tener una dimensión más general, gracias a una visión comparatista.

         Esto no quiere decir que me olvide de los muchos logros de la historia tradicional del libro y de la edición ni de todo lo que queda por hacer para llegar, para los siglos XIX-XX, a un conocimiento positivo de tantos sectores, como una estadística bibliográfica retrospectiva, la producción material del libro, la lectura privada y pública, la edición musical, la edición científica, la edición religiosa, etc.

         Si a mis primeras contribuciones a la historia del impreso me refiero, recuerdo que mi primera preocupación fue encontrar datos positivos y, por ende, más seguros en los que fundamentarla, una necesidad derivada, al principio,  de cierta concepción de la historia literaria,  la que consistía, para un investigador dedicado al estudio de la comunicación literaria, en  no contemplar los « hechos literarios »  fuera del contexto en que se habían producido y/o se iban recibiendo, estudiándolos en situación, con la consiguiente e intensa búsqueda de datos capaces de documentarlos, por parte de un investigador « de terreno ».

         Para tal cometido me esforcé por inventar fuentes[11], en el sentido de buscarlas y hallarlas. Para acceder a los archivos posiblemente conservados por las librerías y casas editoriales que habían iniciado su actividad en el siglo XIX y aún existían en los años 1970 hice que el entonces secretario general del Instituto Nacional del Libro Español —el organismo que bajo el Franquismo regía autoritariamente todo el sector— me suministrara unas 100 cartas de presentación. Sin embargo, no fueron estas escasas fuentes las que más me sirvieron para la historia de la cultura escrita; fueron las deparadas por el azar, por haber estado buscándolas, un poco como un cazador que va por conejos y se encuentra con un jabalí. Este fue, pr ejemplo, el caso de cuando dí en Barcelona, tardíamente (al final de mi estancia en la Casa de Velázquez, en 1973-1974), con el Instituto Bergnes de las Casas donde se conservaban las reliquias de los documentos reunidos por las disueltas Cámaras del libro de Cataluña[12], ahora conservadas en la Biblioteca de Catalunya.  

         Aquí cabría hacer el inventario de todas las fuentes aprovechadas por un historiador de la comunicación escrita, y luego de la cultura[13],  con la picaresca que supuso a veces : las fuentes impresas « tradicionales », algunas aún muy poco aprovechadas en la época, como la prensa o Bibliografía Española, a la que no se consideró como mera y pasiva fuente, los epistolarios publicados, los censos de población, etc., conservados en bibliotecas y hemerotecas (nada de hemerotecas digitales, por supuesto), y las manuscritas o impresas de tipo administrativo conservadas en los archivos públicos y poco buscadas por los investigadores sobre la literatura como son los Registros mercantil, de la contribución industrial o de la propiedad intelectual, el depósito legal, el archivo municipal de Madrid o de Barcelona[14], o las fuentes notariales o judiciales, etc. Y, sobre todo, en los archivos privados, los de las editoriales y librerías (como la casa Hernando o la librería ovetense de Juan Martínez[15]) pero también de los periódicos (como El Siglo Futuro y, sobre todo, Madrid Cómico[16]), unos datos inventados y aprovechados, gracias a una pertinacia bretona supuestamente idiosincrática, que, tardíamente, pudo ser simbólicamente recompensada con la revelación de que, en Oviedo, se conservaban bastantes papeles del inmenso intelectual Leopoldo Alas Clarín), sin que se me olvidara que una información sobre España o Hispanoamérica ­—y Brasil— podía encontrarse en una casa editorial francesa, como Garnier u Ollendorff.

         Esta exploración de lo conocido y por conocer, estuvo acompañada por una añeja preocupación por la adquisición de documentos originales (libros, pliegos, estampas, papeles, rollos de pianola, etc.), sin motivaciones bibliofílicas ni de coleccionismo, sencillamente como material susceptible de servir de « dato ». Como un pliego de aleluyas titulado El mejor regalo, el mejor juguete, un libro de la colección Cadete, anterior al año 1956, que, por la forma de publicidad y expresión utilizada (las aleluyas) parecen más dirigidas a unos padres nostálgicos de su infancia que a los propios lectores juveniles, y donde, en el verso, viene un catálogo de la editorial Mateu (1944-1973)[17].

         Para aquel investigador de todos los terrenos, de las librerías de viejo o de los baratillos o del espectáculo vivo, pero también de los sótanos urbanos y de los desvanes rurales,  el resultado fue el acopio para el periodo contemplado de una ingente y original documentación (libros, novelas por entregas y no libros pliegos de cordel, primeras entregas, catálogos de editoriales y librerías, iconografía de la lectura[18]),  unas bases positivas para lo que se buscaba, y que ningún investigador podría, en su vida, pretender aprovechar del todo, pero que permitió —y sigue permitiéndome— sentar datos o dar acceso a campos semi-ignotos o poco explorados y explotados.

         El símil más explícito sería el del explorador o del cazador, algunas veces metafóricamente furtivo, pero sin un excesivo « fetichismo documental » en el aprovechamiento de lo hallado. ¿Quién podría valorar los efectos, en la formación del investigador del campo de las ciencias humanas y sociales, de la experimentación, de la manipulación, de ese sacar los datos como las cerezas, hasta agotar o casi –siempre provisionalmente- la cesta y también explorar otros caminos? Como los investigadores de Bretons de Plozévet[19], aunque para otro territorio, me dejé llevar por los hechos y en las encrucijadas no ignoré los caminos que se abrían ya que, en la práctica del terreno, cada encuesta puede dar acceso a un nuevo objeto. Pude valorar el archivo más allá de sus meros componentes. Por cierto, no todas las fuentes por mí inventadas, y a veces solo parcialmente aprovechadas han sido debidamente conservadas (es de temer que algunas hayan desaparecido para siempre[20]) y mi voluntad es que las que inventé y transitoriamente conservo queden duraderamente a disposición de los futuros investigadores para unos nuevos y distintos cuestionamientos.

         Ese afán por buscar y encontrar « datos » tuvo por lógica consecuencia que la perspectiva inicial se abriera aún más con ese salirse de los caminos trillados y de lo acotado y también del campo y de los límites cronológicos definidos, con una actitud de receptividad por lo buscado y lo no esperado. Por entropia jacobina muy francesa y desconocimiento de la realidad de la España del siglo XIX, esta exploración, eso sí, se centró más en Madrid que en Barcelona y otras capitales o lugares. Con la tentación permanente de hacer historia de fronteras o de « extremaduras », una historia « extrema » por lo arriesgado del ejercicio (como es atreverse, en algún momento con el «  análisis factorial de los datos », la historia económica o el psicoanálisis).

         De esta manera surgieron unos nuevos objetos —al menos para el investigador en cuestión— como los ciegos expendedores de impresos, el teatro portátil, las historias de cordel, etc., o se fueron configurando de distinta manera otros ya más conocidos.

         Con todo esto he aprendido a ser, por supuesto, humilde, pero también

         -a no desestimar documento alguno, por muy ínfimo que sea: un inventario de la biblioteca del Casino de León a mediados del siglo XIX , un libro de cuentas de la Compañía artística de F. Terol, una lista de suscriptores a El profesorado de la provincia de León, unos libros de segunda mano con huellas de lector o marginalia, una Navegación para el cielo[21] y otros “impresos menores”  o no-libros, un álbum de cromos, etc.). He llegado a comprarlos en el Rastro de Madrid, el Mercat de Sant Antoni, en cualquier baratillo, o en librerías de viejo y, a veces, a pagar por ver y acceder a la información, como en el caso del Registro de la Propiedad Intelectual de Madrid, aunque luego no me resultaran muy útiles). Mi proyecto, desde luego, no fue atesorarlos sino darles publicidad bajo forma de estudios, y, en cualquier caso, legarlos a instituciones públicas. Pero también aprendí a ser paciente, para años después —30, 40, 50—, poder interpretar, por ejemplo, un corpus de libros y documentos con huellas de lector[22] o unas 150 representaciones gráficas de situaciones de lectura acopiadas al filo de los años[23], algo inconcebible en el mismo acto: la investigación —es cosa sabida— corre pareja con el tiempo.

         -a “hacer hablar” y dar sentido a cualquier documento por nimio que aparentemente fuera, con el consiguiente descubrimiento de prácticas individuales insospechadas por parte de los lectores o de los coleccionistas[24], sobre todo cuando de documentos no pasados por el tamiz uniformizador de la biblioteconomía ni de la arquivística, se trata, a menudo reveladores de usos no canónicos como los relacionados con las primeras entregas[25] o las encuadernaciones artesanales[26], y de otros mundos como el autodenominado “Palacio de la Novela”, en Carabanchel Bajo.

         -y también a aprovechar unas fuentes a priori muy alejadas de una problemática “literaria”, como los  archivos económicos (las estadísticas del comercio exterior, los registros de contribución industrial), combinándolos y contrastándolos en su caso con lo conseguido por la bibliografía material, con el impreso entre manos[27] —es aleccionadora y hasta imprescindible la manipulación del impreso— hasta, en algunos casos, como para las historias de cordel o las aleluyas de Marés y Cía[28], poder hacer unos inventarios de impresos desconocidos y, por decirlo así, ofrecer unos nuevos objetos para la investigación.

         Cara a la historia y al canon, lo que nos enseñan los archivos públicos o personales y la historia cultural es, entre muchas cosas, a ser menos dogmáticos (desde criterios de integración o exclusión, pero también de clasificación) y por ende más pragmáticos (con menos a prioris o certidumbres, y mayor disponibilidad y curiosidad), y más relativistas : porque las obras no son disociables del campo/contexto en que se dieron y leyeron u oyeron, como tampoco lo son el archivo y la biblioteca. Con el no menos importante corrolario de la progresiva corrección de una visión oficial y estatal de la cultura que por mucho tiempo ignoró o despreció muchas iniciativas y prácticas provinciales o familiares por parte de tantos desconocidos lectores y lectoras pero también escritores y escritoras, pongamos por caso.

         De esta manera, lo que iba a ser un mero cómputo de tipo positivo en una perspectiva aún muy cuantativista,  se abrió, entre 1971 y 1975, hacia unos nuevos horizontes, con acceso a una visión sociológica y antropológica que incluía aspectos cualitativos ya, y me permitió, por ejemplo, percatarme de que los agentes eran y son más bien actores[29], que lo impreso podía manipularse, oírse y verse, con el creciente protagonismo de la imagen[30], etc. Desde luego, para mí, ya ningún libro, ningún periódico, ningún impreso ha quedado ya reducido a una unidad estadística: tiene una identidad física y un posible impacto para un lector o, mejor dicho, unos lectores; ningún intermediario cultural se queda en algo trasparente incluso cuando poca personalidad parece manifestar, caso de muchos de los editores y libreros españoles; pongamos por caso un Gregorio del Amo, coetáneo de Lázaro Galdiano[31].

         El resultado de todo esto ha sido unas pocas monografías más o menos coherentes y exhaustivas y muchas contribuciones puntuales, y también algunos textos complementarios con ínfulas teorizantes de los cuales voy a sacar cinco series de observaciones y propuestas.

 

Primera observación. Mi objeto de estudio se sitúa en un tiempo y un territorio específicos : un siglo XIX que empieza en 1833 y acaba en 1914 o 1936 ; España, con unas fronteras variables según se incluye o no al Nuevo mundo; un espacio que solo tardíamente llega a ser nacional, si es que ha llegado a serlo.

         De ahí la necesidad con respecto a otras situaciones y para un investigador formado en la tradición centralista de no ignorar las prácticas culturales « periféricas » de las que dan cuenta la diseminación de las imprentas a finales del siglo XIX, con el auge tardío de las publicaciones periódicas hasta en poblaciones de escasísma entidad (La Ilustración de Atienza, La Voz de Ortigueira) y la persistencia y hasta creación de casas editoriales fuera de Madrid y Barcelona, los dos grandes centros de edición, con una actividad editora desigual en otras lenguas que el castellano. O sea; contemplar la historia de la cultura escrita española con todos sus matices territoriales, lo cual tampoco quiere decir que la edición española se rija por el sistema de las taifas.

         Dicha historia no puede concebirse sin la del libro en español (y otros idiomas) fuera de España, y sobre todo de las trasferencias culturales, con las importaciones de libros a veces editados en español en el extranjero pero también las exportaciones hacia las colonias y luego las repúblicas hispanoamericanas ya que la historia del libro en español no puede hacerse sin tener en cuenta su devenir hispanoamericano, para unos textos que han circulado, mofándose de las fronteras gracias a la traducción o el comercio[32].

 

Segunda observación. Cuando de cultura escrita y de producción impresa se habla, ¿qué es lo que se tiene en cuenta ? Muy a menudo solo el resultado de un triple proceso de selección o exclusión : bibliológico (al privilegiar el libro y no tener en cuenta el folleto, el pliego suelto, la octavilla, etc.), ideológico (al centrarse sobre el libro « canónico » venal, literario etc.) y metodológico con una persistente segmentación del objeto (el libro, el periódico, el libro literario, el libro científico, útil, etc.).

         Por lo que a España respecta, la « extensión social de las prácticas del escrito» y la emergencia de unos « nuevos lectores[33] » no puede contemplarse sin dar al campo estudiado su verdadera y exacta dimensión, teniendo en cuenta el conjunto de los semioforos, según Pozmian[34], o sea: los soportes y signos de escritura en sentido amplio (libros, publicaciones periódicas, carteles, partituras, etiquetas, letreros, imágenes, dibujos, estampas, fotos, mapas, planos, etc.), los ya existentes y los emergentes.

         Uno de los fenómenos mayores del siglo XIX por lo que a historia de la cultura escrita respecta, es, por ejemplo, el auge de una prensa periódica de masas y estudiar la historia del libro de manera aislada, sin tener en cuenta la historia de la prensa, me parece bastante paradójico y, en todo caso, reductor: la historia de los textos y de las imágenes, de la escritura y de la producción nos enseña que el canal de expresión y comunicación social y cultural escrita, si no de más prestigio, dominante, fue la prensa[35] y, en menor medida el libro, si bien el libro, siendo menos efímero, se conserva más (de ahí el riesgo de atribuirle un valor que solo cobró después, en una biblioteca por ejemplo) y tiene como un monopolio en determinados sectores, como la escuela (los libros de texto). Pero conste también que algunas publicaciones periódicas como las Ilustraciones se ideaban como « libros » (con la numeración seguida de las páginas al filo de las semanas y una posterior encuadernación).

         De la misma manera, resulta deontológicamente dudoso, aislar el libro o la prensa del resto –es un maremagnum­— de no libros impresos o no impresos que, muy específicamente, en países en los que la escolarización y la  alfabetización formal tardaron en llevarse a cabo, hicieron a veces de substitutos pero muy propicios para cualquier aculturación[36]  o empresa de control, caso del impreso religioso cuya pregnancia tendría que reevaluarse, contrastando la estadística oficial acerca del libro religioso con la creciente emisión/publicación de toda clase de impresos[37].

         Una de las consecuencias más espectaculares y relevantes de tal ampliación (intelectual, metodológica, epistemológica) del campo contemplado es la revelación de una inmensidad de formas y géneros impresos hasta ahora desconocidos o ignorados y, más aún, de la intensidad y complejidad de los usos relacionados que suponen que se les tenga en cuenta y estudie desde una perspectiva trans o intermediática.

         Este es el caso de lo que he calificado de “librería del pueblo”[38] en la que subsisten, apenas transformados y potencializados por los nuevos medios de reproducción, unos géneros o productos más o menos arcaicos que se suelen calificar de « menores » pero que acogen unas nuevas producciones adaptadas para unos usos que aúnan lo mismo la oralidad, la memoria o la visualidad que la lectura propiamente dicha. Como se sabe, el pronóstico de que esto matará aquello, nunca se ha cumplido del todo y subsisten por mucho tiempo lo que se califica de arcaico, como los impresos de cordel o los almanaques “populares[39]” y coexiste con la última novedad.

         Por otra parte, tal vez sea teniendo en cuenta al lado del libro a la prensa y, en menor medida, otras modalidades de consumo cultural como los espectáculos o la lectura gráfica como se pueda explicar/ explicitar mejor la evolución (aún limitada pero así y todo traumática para la Iglesia católica) de unas capacidades lectoras y de una lectura socialmente más compartida, inclusive con unas nuevas modalidades vinculadas con unos nuevos ritmos (la lectura de cada día, semanal, etc.[40]) y de nuevas formas o contenidos, los folletines traducidos del francés, por ejemplo.

         De ahí una tercera observación, sobre la necesidad de contemplar al mismo tiempo los proyectos y estrategias de los editores y las expectativas o usos de los lectores, de tener en cuenta la producción editorial y lo que suscitan su demanda, acquisición y consumo, o sea : el tránsito del campo económico al cultural representado por la lectura que siempre estuvo íntimamente asociada con las sucesivas revoluciones del libro para unas finalidades y modalidades de apropiación « de cara a la realidad, para aprehenderla, para exaltarla devotamente orando o meditando o para evadirse de ella en alas de unas ensoñación deseada », como escribíamos en 2003, en la ya aludida Historia de la edición y la lectura[41]. Posiblemente sea la asociación íntima y problematizada de esta doble perspectiva lo que, en su tiempo, fue la originalidad de esta Historia.

         Me parece que, hoy en día, resulta difícil hacer una historia del libro e incluso de la edición desvinculada de sus finalidades o usos supuestos o efectivos, de la lectura y de los lectores —sus respectivas evoluciones y transformaciones—, con la progresiva constitución de unos públicos.  Así deberían estudiarse los aspectos tradicionales del libro, de la legislación de la imprenta, de la estadística bibliográfica retrospectiva, y también los que quedan por profundizar, como el poder significante de las formas tipográficas y todo lo que remite a los aspectos formales o estéticos del libro, al espacio visual, al para o peritexto, a la puesta en página o en libro, todo lo que, últimamente, ha quedado reunido bajo el concepto de « enunciación editorial ».

         Al historiador de la cultura escrita se le da la oportunidad de reintroducir la historia del impreso, pero la del « material book », la de su morfología, de su sintaxis y de su estética, de sus distintos componentes textuales y materiales, bastante desconocida aún, por el alcance cara al significado que tiene como soportes para el trabajo de interpretación ». Aquí podría hacerse un inventario de pistas a seguir (o mejorar) en la línea de Genette, Hoeck, Mac Kenzie o Chartier que, por cierto, no han de limitarse a una mera descripción, a partir de una concepción restringida del impreso (el libro para bibliófilos) por muy necesario y útil que resulte. Para un objeto bibliológico como la entrega que estudié por primera vez allá por los años 1970[42], esto supone, por ejemplo, que se resuelva e interprete la contradicción observable entre la utilización de un cuerpo más bien grande (12 o 14) con doble interlineado muy favorable para la lectura desde el punto de vista ergonómico y la oferta (en la prensa o determinadas colecciones) de unas páginas de composición muy apretada, más económicas con respecto al precio por contener una mayor cantidad de lectura, y en ambos casos que se tenga en cuenta la presencia y el papel de las ilustraciones, por ejemplo.

         Una de las consecuencias de este trabajo en gran parte por hacer es, a todas luces, una reconsideración de la misma noción de lectura —lo que se entiende por lectura y las lecturas efectivas. Estas implican una infinidad de relaciones establecidas con el impreso –inclusive en su dimensión no tipográfica— y una infinidad de modalidades para la construcción del sentido por parte de unos nuevos y siempre renovados lectores, desde unas aptitudes capacidades y expectivas muy variadas y siempre personales/individuales, al margen de las categorías o tipologías que los investigadores (los letrados) solemos introducir y hasta imponer[43]. Una historia, por consiguiente que procure ilustrar/aclarar las modalidades, prácticas y usos, lo mismo que las circunstancias y más peculiarmente aún los efectos de la actividad lectora, en un proceso plurisecular de incorporación —o no incorporación— en la cultura escrita/impresa.

 

Cuarta observación. La aparición y oferta de antiguos y nuevos productos impresos culturales (masificados, diversificados, más baratos) para unos nuevos actores de la recepción y apropiación y posiblemente (en teoría) unos nuevos usos, se debe a las iniciativas y actuaciones imbricadas —no yuxtapuestas— de la « gente del libro » (« gens du livre » como se dice en francés), esto es todos los libreros, editores, directores de periódicos, periodistas, impresores, distribuidores, bibliotecarios, traductores, etc.; una infinidad de actores.

         Huelga recordar todo lo que queda por hacer sobre estos distintos segmentos y los individuos que lo encarnan y también lo difícil que resulta llegar a conocerlos[44]. Algo a veces descorazonador pero no por eso hay que renunciar a intentarlo; ahí están los ejemplos de Ph. Castellano (lo que estaba a mano —la Enciclopedia Espasa— y lo que « inventó » —el archivo Salvat[45]—) o Mónica Baró, exploradora del archivo de la editorial Juventud[46].

         Se puede observar, eso sí, un fuerte desequilibrio entre el análisis y conocimiento de la producción impresa (a pesar de todas aquellas zonas aún oscuras señaladas)  y el de la recepción y apropiación, y para empezar la de los actores de tal apropiación, muy específicamente, los nuevos lectores durante mucho tiempo  sumidos en la anonimidad  pasiva de una estadística indiscriminada.

         Últimamente, sin embargo, como fruto de una lenta maduración, se puede observar que los lectores « emergentes » y hasta ahora ignorados vienen beneficiándose de un creciente interés, incluso para épocas en las que no se solía tener en cuenta la misma « categoría » como los niños (no solo sus relaciones con los libros de texto y los usos pedagógicos), las mujeres y la gente « ordinaria », del pueblo, sin que se llegue aún, sino excepcionalemente, a privilegiar el punto de vista del lector.

         Con la importancia atribuida a la aparición de los nuevos lectores[47], obviamente  se corre el riesgo de minorar el peso y la influencia en la larga duración de los « antiguos lectores » o de los no-lectores con sus estrategias alternativas o de sustitución de las que dan cuenta las modalidades de aprendizaje y los discursos sobre la lectura[48]. A la historia de la cultura escrita aún le cuesta dar cuenta de las permanencias más allá de los « steady readers ».

         Sea lo que fuere, el tener en cuenta la distintas modalidades de inscripción en la cultura del escrito y del impreso parece que da lugar a una visión más antropológica e individual, y de la cuantificación y « observación » de unos agentes más o menos pasivos, anónimos y trasparentes como los quintos encuestados por Robert Escarpit en los años 1960, se ha llegado a la institución y análisis de unos actores todavía por identificar a menudo pero a los que se les supone una « espesura » y una personalidad, e incluso un protagonismo.

 

Quinta observación. Subsiste el riesgo de que tales progresos bajo forma de estudios parciales no libres de una forma de embriaguez relacionada con la invención o revelación desemboquen en una visión igual de fragmentada y estanca de los distintos productos y usos cuando unos y otros suponen una gran movilidad trasmediática, con unos trasvases y una circulación permanentes, a veces en la larga duración, (caso de Atala, Pablo y Virginia, Conde de Monte Cristo, etc., para unas prácticas tal vez especificadas pero no exclusivas.

         Para la problemática, la investigación y el método preferible será ­—y más fecunda­—una perspectiva ecológica global (como la historia « global » propugnada por Pierre Vilar y solo a duras penas puesta por obra) y contrastiva.

         Algo de estas preocupaciones y orientaciones quedó plasmado en la parte dedicada al XIX de la Historia de la edición y la lectura —a ella remito— y se puede observar en la marcha cuantitaiva y cualitativa de la producción científica sobre la cultura escrita/impresa en la España contemporánea.

         Una cientometría artesanal aplicada a lo publicado sobre la historia del libro en sentido amplio y preferentemente pero no exclusivamente entre 1833 y 1936[49],  permite observar que entre 1996 y 2007 se pueden contabilizar entre 43 y 60 referencias cada año; en 2008-2013 : entre 15 y 39 ; desde 2014 hasta 2017 entre 9 y 22. Un claro y preocupante descenso, a no ser que muchas referencias se me hayan escapado. Pero las últimas aportaciones, desde 2015, son aportaciones de cuantía sobre las librerías (La Puntualidad de Málaga, por ejemplo[50]), la edición bajo el franquismo[51], las colecciones[52], la Gran Enciclopedia Gallega[53], edición y propaganda del libro[54], la CIAP[55], Gustau Gili y la edición científica y técnica[56], Montaner i Simón[57], Mellado[58], sobre los intermediarios culturales[59], los impresores[60], con una tendencia general a insistir sobre  la internacionalización, el papel de las mujeres, el libro científico y técnico, la enunciación editorial y el no libro.

 

Conclusión. Vuelvo para concluir sobre lo que el progresivo y creciente compartir de la cultura escrita a lo largo del siglo XIX implica: unos nuevos (lo cual no quiere decir que desparezcan los antiguos) lectores (y productores), libros e impresos, textos, lecturas pero también unas nuevas concepciones de la cultura escrita : leer y escribir, escuchar, cantar, recitar, manipular, porque tan importante como el impreso en sí es su más allá funcional que, a menudo bajo forma de sorpasso, da lugar a unas actividades que tiene que ver con la cultura escrita (¿será razonable estudiar separadamente las prácticas de la lectura de las, por muy potenciales que sean, de la escritura[61] ?) pero también de la cultura oral, visual, material, como los muebles e biblioteca, etc.

         De ahí, tal vez, la necesidad de pensar en unas nuevas tipologías editoriales y nuevas clasificaciones pensadas desde las expectativas de los lectores históricos, menos preocupados que los investigadores por las fronteras genéricas o nacionales, hasta intranacionales, en el caso de España donde el punto de vista puede volverse muy localista[62].

         En el proceso de construcción o invención de una historia de la cultura española en el siglo XIX, la historia de la cultura escrita se nos antoja como nodal y fronteriza al mismo tiempo, por sus múltiples conexiones e interferencias con otras historias como las de las técnicas, de la economía, de las comunicaciones, del ocio, de la educación, de la religión, de la literatura, etc.

         Pero trátese de España o de otros países, no basta con aprovechar la efectiva y fecunda diversidad y complementaridad de los actores de la investigación, es preciso pensar, de antemano, en articular las aportaciones de cada uno, y no descuidar « el tejido conjuntivo» ; las aportaciones « nacionales » y las de otros países[63] o de otras historias de otros siglos, dentro de una problemática compartida que tenga en cuenta la necesidad de :

         -inscribirse en un eje temporal de larga duración, con una visión diacrónica, incluso cuando de una investigación puntual o cronológicamente limitada se trata, con respecto a una historia de la cultura escrita de siglos anteriores o posteriores. Para esto, tener en cuenta los distintas temporalidades coexistentes ­—entre arcaísmo y modernidad— y como solapados, superpuestos o imbricados, sin división secular estricta y ampliar el campo de la cultura escrita a todos los objetos impresos, desde una visión equilibrada y no selectiva o reductora como puede ser la visión « legítima » derivada de un canon preferentemente « literario ». Tener en cuenta las obras y los textos[64], lo mismo que la variedad de los usos o prácticas asociadas, entre estas la lectura con todas sus variedades[65], pero también la escritura, la recitación, etc.

         -no aislar el objeto estudiado de su medio ambiente, procurando mantener una visión ecológica no compartimentada —transmediática y transnacional— o a lo menos, como recordaba Darnton, reconociendo lo arbitrario que es encerrar un tema dentro de unas fronteras cuando el impreso nunca respetó las fronteras políticas[66]; una visión funcional y dialéctica que articule lo particular con lo general, lo que puede ser serial con el comportamiento individual, lo público y lo íntimo, lo nacional y lo local, la macro y la micro historia en una perspectiva comparatista, con Europa e Hispanoamérica ante todo.

Con la preocupación de totalizar y, en alguna medida, unificar cuanto sobre este campo se vaya produciendo —un papel que solo puede asumir un ente colectivo y policéfalo como este Seminario- hasta llegar a una especie de « Aristóteles compuesto », con sus corolarios que es el altruismo y la mutualización y el salutífero cultivo de la « oblatividad » como actitud de entrega a los demás sin esperar nada a cambio[67]. Algo poco compatible —lo reconozco— con un sistema de publish or perish y de competición intra y interacadémica.

         Pero creo que esta es la vía ideal para llegar a caracterizar, como ya se empezó a hacer para la cultura de masas y la cultura mediática en Europa y en las Américas[68], la originalidad de la situación de la España del siglo XIX dentro de una historia internacional de la cultura escrita.

 

                                              

           


[1]

[2] La diffusion du livre en Espagne (1868-1914). Les libraires, Madrid, Casa de Velázquez,

1988 <http://books.openedition.org/cvz/1965>; Libros, prensa y lectura en la España del siglo XIX, Madrid, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, Ed. Pirámide, 1993; Libros y lectores en la España del siglo XX, Rennes, JFB, 2008 (<http://www.cervantesvirtual.com/obra/libros-y-lectores-en-la-espana-del-siglo-xx--0/>).

[3] "Les recherches sur le livre et la lecture en Espagne (XVIII-XXe siècles)", Bulletin de la Société d'Histoire Moderne et Contemporaine (supplément à la Revue d'Histoire Moderne et Contemporaine, t. 4l), l994/3-4, pp. 49-57. Reproducido en Roger Chartier (éd.), Histoires de la lecture. Un bilan des recherches, Paris, IMEC, 1995, p. 51-63 (versión actualizada en Revista de História das ideias. O livro e a leitura, 20, 1999, pp. 315-335); "Historia del libro/historia de la cultura escrita ", en Xavier Castro, Jesús de Juana (dirs.), XI Xornadas de Historia de Galicia. Historia da cultura en Galicia, Ourense, Deputación Provincial de Ourense, 2002, p. 217-250; « La cultura escrita en España (1833-1936): balance y perspectivas » (Revista Brasileira de História da Mídia, vol. 4, n. 2, jul./dez/ 2015, pp. 11-23 (<http://www.unicentro.br/rbhm/ed08/dossie/01.pdf>)

[4] Víctor Infantes, François Lopez, Jean-François Botrel (dirs.), Historia de la edición y de la lectura en España 1472-1914, Madrid, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 2003.

[5] Noción ilustrada por Nicolas Petit en L’éphémère, l’occasionnel et le non-livre (XVe-XVIIIe siècles), Paris, Klincksieck, 1997.

[6] J.-F. Botrel, Contribution à l'étude de l'édition en langue espagnole, à Paris, au début du XXème siècle), Talence, Institut d'Études Ibériques et Ibéro-américaines, 1970.

[7] Cuadernos de Ilustración y Romanticismo. Revista Digital del Grupo de Estudios del Siglo XVIII, n° 24 (2018), pp. 209-242 (https://revistas.uca.es/index.php/cir/article/view/4230/5205)

[8] Cf. "Pour une histoire historique de la littérature espagnole", en Histoire de la littérature espagnole contemporaine. XIX-XXème siècles. Questions de méthode, Paris : Presses de la Sorbonne Nouvelle, 1992, p. 35-57 (Versión en inglés: "A contribution to an 'historical history' of literature", Journal of European Studies, vol. 21. part 1, n° 81, 1991, p. 55-66). Sobre la historia de esta investigación, cf. J.-F. Botrel,   « De la historia de la literatura a la historia cultural : ensayo de autohistoriografía », Revista de historiografía, 2004, n° 1, pp. 10-19 ; *« Jean-François Botrel. Itinerario de un hispanista bretón. Una entrevista de Christine Rivalan-Guégo » (2005) (http://www.botrel-jean-francois.com/Bio-biblio/Itinerario.html).

[9] En la literatura del pueblo (cf. J.-F. Botrel, "El género de cordel", en Luis Díaz G. Viana (coord.), Palabras para el pueblo. I. Aproximación general a la literatura de cordel, Madrid, CSIC, 2001, pp. 41-69, pero también en las maneras de leer (J.-F. Botrel, "Teoría y práctica de la lectura en el siglo XIX : el arte de leer", Bulletin Hispanique, 100, 1998, pp. 577-590) o en la oratoria popular o culta (J.-F. Botrel, "Oratoria popular e improvisación", en La voz y la improvisación. Imaginación y recursos en la tradición hispánica, Urueña, Fundación Joaquín Díaz, 2008, pp. 95-105; “Oratoria pasada por tinta : la difusión de la palabra viva en la prensa política y la opinión pública”, en J.-A. Caballero López, J.-M. Delgado Idarreta, C. Sáenz de Pipaón Ibáñez (eds.), Entre Olózaga y Sagasta: retórica, prensa y poder, Logroño, Gobierno de la Rioja, Instituto de Estudios Riojanos, Ayuntamiento de Calahorra, 2011, pp. 277-294.

[10] Véase, en mi página web (<http://www.botrel-jean-francois.com/Bio-biblio/Publicaciones.html>) o en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (<http://www.cervantesvirtual.com/portales/jean_francois_botrel/su_obra_bibliografia>), la lista de dichos estudios.

[11] Un primer intento referido a la edición en lengua española en Francia a cargo de Bouret o Garnier Hermanos me permitió comprobar que no se conservaban archivos de dichas casas, aunque sí pude dar con el Registro de imprenta de otra, la Société d’éditions littéraires Ollendorff.

[12] De ahí, una escasa producción sobre el libro en Barcelona y Cataluña : "El diàleg intel.lectual Madrid-Barcelona", en 1898 : entre la crisi d'identitat i la modernització. Actes del Congrés Internacional celebrat a Barcelona, 20-24 d'abril de 1998. Vol. I, Barcelona, Publicacións de l'Abadia de Montserrat, 2000, pp. 525-531; "Gaspar y Roig et le rêve américain des éditeurs espagnols (1845-1861)", en Roland Andréani, Henri Michel, Elie Pélaquier, Des moulins à papier aux bibliothèques. Le livre dans la France méridionale et l’Europe méditéranéenne (XVIe-XXe siècles). Actes du colloque tenu les 26 et 27 mars 1999 à l’université de Montpellier III, Montpellier, Université Montpellier III, 2003, p. 269-285; « Barcelona i el mercat del llibre al segle XIX », en Barcelona i els llibres. Els llibres de Barcelona, Barcelona. Metropolis mediterrània, 7, 2006, pp. 29-34).

[13] Un ensayo de inventario en J.-F. Botrel, « De la confrérie à l’association : la mémoire professionnelle des gens du livre en Espagne au XIXe siècle », en La prosopographie des hommes du livre, Enssib, Lyon, 22-23 avril 2005, Bibliothèque numérique de l'École Nationale Supérieure des Sciences de l'Information et des Bibliothèques, http://www.enssib.fr/bibliotheque-numerique (http://www.enssib.fr/bibliotheque-numerique/documents/1465-de-la-confrerie-a-l-association-la-memoire-professionnelle-des-gens-du-livre-en-espagne-au-xixe-siecle.pdf, 10 p.

[14] En el primero, al buscar datos sobre las librerías, me encontré con una abundante información sobre los ciegos expendedores de impresos a los que, en seguida, estudié (cf. "Les aveugles, colporteurs d'imprimés en Espagne, Mélanges de la Casa de Velázquez, IX, 1973, p. 417-482 y X, 1974, p. 233-271) y, en el segundo, el Fondo comercial, donde encontré, por ejemplo, informaciones sobre los editores Gaspar y Roig (cf. el ya citado estudio sobre "Gaspar y Roig et le rêve américain...”), pero no sobre Brusi, por motivos que en este libro explica Inés Nieto.

[15] Cf. J.-F. Botrel, Libros, prensa y lectura en la España del siglo XIX, Madrid, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, Ed. Pirámide, 1993, pp. 385-470; « Leer en Asturias  a finales del XIX », en N. Ludec, F. Dubosquet-Lairys, J.-M. de las Voces (eds.), Prensa, impresos y territorios. Centros y periferias en el mundo hispánico contemporáneo. Homenaje a Jacqueline Covo-Maurice, Bordeaux, Université Michel de Montaigne-Bordeaux 3, PILAR, 2004, pp. 131-145.

[16] Cf. J.-F.Botrel, « El archivo personal de Sinesio Delgado », en Seminario de archivos personales (Madrid, 26 a 28 de mayo de 2004), Madrid, Biblioteca Nacional, 2006, pp. 227-234.

[17] En 2003, Montse Mateu donó a la Biblioteca de la Universidad de Barcelona el fondo editorial de Mateu, lo cual permite matizar lo que hace poco señalé, o sea: el escaso interés de los editores por su propia memoria (cf. J.-F. Botrel, « La historia de la edición contemporánea : ¿una historia sin archivos ? », en « En nombre de todos… ». Estudios en homenaje a José Miguel Delgado Idarreta, Berceo : revista riojana de ciencias sociales y humanidades, 173 (2017), pp.  49-60.

[18] CF. J.-F. Botrel, «Las representaciones de la lectura en España (siglos XIX-XX)», en María Carreño, Aitana Marcos, Ítaca Palmer (eds), Cartografía de la investigación en didáctica de la lengua y la literatura, Granada, Universidad de Granada, 2017, pp. 15-41. Desde aquel entonces, he ido completando mi colección con dos o tres representaciones más.

[19] André Burguière, Bretons de Plozévet, Paris, Flammarion, Paris,1975.

[20] Caso de la documentación conservada por la casa editorial Hernando a principios de los años 1970 y que, al traspasarse la propiedad del fondo, parece que no se han conservado.

[21] Cf. J.-F Botrel, "Sur les usages de l'imprimé. La Navegación para el cielo ou le jeu du Chartreux", en M. Moner, J.-P. Clément (éds.), Hommage des hispanistes français à Henry Bonneville, Tours, Société des Hispanistes Français de l'Enseignement Supérieur, 1996, pp. 59-74.

[22] Cf. J.-F. Botrel, « Lector in libro », en Louise Bénat-Tachot, Jean Vilar (dirs.), La question du lecteur. XXXIe Congrès de la Société des Hispanistes Français. Mai 2003, Marne la Vallée, Presses Universitaires de Marne-la-Vallée, 2004, pp. 99-121.

[23] Cf. J.-F. Botrel, « Lectoras de óleo y papel (1860-1930)», en Pura Fernández, Marie-Linda Ortega, La mujer de letras o la letraherida. Discursos y representaciones sobre la mujer escritora en el siglo XIX, Madrid, C.S.I.C., 2008, pp. 101-114; « Las representaciones de la lectura en España (siglos XIX-XX)», en María Carreño, Aitana Marcos, Ítaca Palmer (eds.), Cartografía de la investigación en didáctica de la lengua y la literatura, Granada, Universidad de Granada, 2017, pp. 15-41.

[24] Por ejemplo, una colección de canciones de Raquel Meller (algunas manuscritas), cuidasosamente reunida y repertoriada por un aficionado anónimo.

[25] Cf. J.-F. Botrel, « Entregarse a la lectura : la primera entrega », en Luis Alburquerque-García et al. (coords.), Vir bonus dicendi peritus. Homenaje al profesor Miguel Ángel Garrido Gallardo, Madrid, CSIC, 2019, pp. 846-856. 

[26] Cf. J.-F. Botrel, "Los nuevos coleccionistas en la España del siglo XIX", El Libro antiguo español. VI. De Libros, Librerías, Imprentas y Lectores, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 2002, pp. 53-65

[27] Cf., por ejemplo, J.-F. Botrel, "Le succès d'édition des œuvres de Benito Pérez: essai de bibliométrie”, Anales de Literatura Española, 1984, n° 3, pp. 119-157; 1985, n° 4, pp. 29-66/"Proyección y recepción de Galdós : la cornucopia del texto y de la obra", en Actas del quinto congreso internacional de estudios galdosianos, Las Palmas de G. C., Ed. del Cabildo insular de Gran Canaria, 1995, t. II, pp. 9-21.

[28] Cf. J.-F. Botrel, "Les historias de colportage : essai de catalogue d'une bibliothèque bleue espagnole (1840-1936)", en Les productions populaires en Espagne (1850-1920), Paris, CNRS, 1986, pp. 25-62; "La serie de aleluyas Marés, Minuesa, Hernando" en J. Díaz (dir.), Aleluyas, Urueña, tf! etnografía, 2002, pp. 24-43.

 

[29] Cf. J.-F. Botrel, "Producción y consumo de los bienes culturales : agentes y actores", en Jaume Barrull Pelegrí, Meritxell Botargues Palasí (eds.), Història de la cultura : producció cultural y consum social. Actes del Congrés d'Història de la cultura: Producció Cultural y Consum Social (Lleida, 6, 7 i 8 de noviembre de 1997), Lleida, Institut d'Estudis Ilerdencs, 2000, pp. 17-36.

[30] Cf., por ejemplo, J.-F. Botrel, "Novela e ilustración : La Regenta leída y vista por Juan Llimona, Francisco Gómez Soler y demás (1884-1885)", en L.-F. Díaz Larios, E. Miralles (eds.), Actas del I Coloquio de la Sociedad de Literatura Española del Siglo XIX. Del Romanticismo al Realismo, Barcelona, Universitat de Barcelona, 1998, pp. 471-486, y veinte años después, como síntesis, « Las lecturas ilustradas de los nuevos lectores », en Raquel Gutiérrez Sebastián, José María Ferri, Borja Rodríguez Gutiérrez (eds.), Historia de la literatura ilustrada española del siglo XIX, Santander, Editorial de la Universidad de Cantabria/Santiago de Compostela, Universidade de Santiago de Compostela, 2019, pp. 409-428.

[31] Cf. « Sobre la fabricación del libro en Madrid » y « Para una España moderna : la labor editorial de Lázaro Galdiano », en : Juan Antonio Yeves Andrés (ed.), José Lázaro, un navarro cosmopolita en Madrid, Madrid, Fundación Lázaro Galdiano, Gobierno de Navarra, 2010, pp. 13-27.

[32] Cf. J.-F. Botrel, « Imprimés sans frontières au XIXe siècle (France/Espagne/ Amérique latine) », en Valéria Guimarães (dir.), Les transferts culturels. L’exemple de la presse en France et au Brésil, Paris, L’Harmattan, 2011, pp. 49-62; « Imágenes sin fronteras : el comercio europeo de las ilustraciones », en Borja Rodríguez Gutiérrez, Raquel Gutiérrez Sebastián (eds.), Literatura ilustrada decimonónica, 57 perspectivas, Santander, PUbliCan, 2011, pp. 129-144.

[33] Cf. Anne-Marie Chartier, Jean Hébrard, Discursos sobre la lectura (1880-1890), Barcelona, Gedisa, 1994;  J.-F. Botrel, "La construcción de una nueva cultura del libro y del impreso en el siglo XIX", en Jesús A. Martínez Martín (ed.), Orígenes culturales de la sociedad liberal (España siglo XIX), Madrid, Biblioteca Nueva/Editorial Complutense/Casa de Velázquez, 2003, pp. 19-36, y Jean Hébrard, “Les nouveaux lecteurs” en Roger Chartier, Henri-Jean Martin (dirs.), Histoire de l'édition française. III. Le temps des éditeurs. Du Romantisme à la Belle Epoque, Paris, Promodis, 1985, pp. 471-509 y « Peut-on faire une histoire des pratiques populaires de lecture à l’époque moderne ? Les « nouveaux lecteurs » revisités », en Jean-Yves Mollier (ed.), Histoires de lecture. XIXe-XXe siècles, Bernay, Société d’histoire de la lecture, 2005, pp. 105-140.

[34] Cf. Krzysztof Pomian, "Histoire culturelle, histoire des sémiophores", en  J.-P. Rioux, J.-F. Sirinelli, Pour une histoire culturelle, Paris, Seuil, 1997, p. 73.

[35] Cf. Marie-Ève Thérenty, La littérature au quotidien. Poétiques journalistiques au XIXe siècle, Paris, Seuil, 2007.

[36] Cf., por ejemplo, el estudio de Marta Palenque sobre “Cromos y postales entre dos centurias”, en Raquel Gutiérrez Sebastián, José María Ferri, Borja Rodríguez Gutiérrez (eds.), Historia de la literatura ilustrada española del siglo XIX, Santander, Editorial de la Universidad de Cantabria/Santiago de Compostela, Universidade de Santiago de Compostela, 2019, pp. 467-482, o J.-F.Botrel, « Los analfabetos y la cultura escrita (España, siglo XIX) », en Antonio Castillo Gómez (ed.),  Culturas del escrito en el mundo occidental. Del Renacimiento a la contemporaneidad, Madrid, Casa de Velázquez, 2015, pp. 251-267 (<http://books.openedition.org/cvz/1314>).

[37] Cf. Solange Hibbs-Lissorgues, « Creencias y propaganda en los pequeños impresos » en VI Simposio sobre literatura popular. Religión y papel en la vida cotidiana, 2014, pp. 33-55 (https://funjdiaz.net/imagenes/actas/2014religion.pdf).

[38] Cf. J.-F. Botrel, "La librería del pueblo", en Museo Etnográfico de Castilla y León. Zamora, Exposición 2002-2003. EnSeres,  Madrid, Junta de Castilla y León, Fundación Siglo para las Artes en Castilla y León, 2002, pp.  82-87.

[39] Véase, por ejemplo, J.-F. Botrel, « Entre material e inmaterial : el patrimonio de cordel », en Simposio sobre patrimonio inmaterial. La voz y la memoria. Palabras y mensajes en la tradición hispánica, Urueña, Fundación Joaquín Díaz, 2006, pp. 122-131 ; « Los almanaques populares en la España contemporánea », en  R. Gutierrez Sebastián, B. Rodríguez Gutiérrez (eds.), Frutos de tu siembra. Silva de varias lecciones. Homenaje a Salvador García Castañeda, Santander, Sociedad Menéndez Pelayo, Centro de Estudios Montañeses, ICEL19, 2015, pp. 367-384.

[40] Cf. J.-F. Botrel, « De lecturas breves, fraccionadas y periódicas », Cultura Escrita & Sociedad, 7 (sept. 2007), pp. 19-31.

[41] V. Infantes, F. Lopez, J.-F. Botrel, Historia de la edición..., pp. 14-15.

[42] Cf. J.-F. Botrel, "La novela por entregas : unidad de creación y consumo », en J.-F. Botrel, S. Salaün (ed.), Creación y público en la literatura española, Madrid, Castalia, 1974, pp. 111-155.

[43] Compárense, por ejemplo, las clasificaciones y prácticas bibliográficas de los catálogos de librerías del siglo XIX con las establecidas por Dewey o la CDU.

[44] Cf. J.-F. Botrel, « De la confrérie à l’association : la mémoire professionnelle des gens du livre en Espagne au XIXe siècle », en La prosopographie des hommes du livre, Enssib, Lyon, 22-23 avril 2005, Bibliothèque numérique de l'École Nationale Supérieure des Sciences de l'Information et des Bibliothèques (<http://www.enssib.fr/bibliotheque-numerique/documents/1465-de-la-confrerie-a-l-association-la-memoire-professionnelle-des-gens-du-livre-en-espagne-au-xixe-siecle.pdf>; «Gens du livre en Espagne », Journée d’études Dictionnaires et répertoires des gens du livre, en Europe et dans le monde. Expériences et perspectives. Bibliothèque de l’Arsenal 23-X-2015 (<https://www.canal-u.tv/video/chcsc/9_jean_francois_botrel_universite_de_rennes_2_l_espagne.21131>).

[45] Cf. Philippe Castellano, Enciclopedia Espasa. Historia de una aventura editorial, Madrid, Espasa Calpe, 2000 ; "Autobiografía de Manuel Salvat Xixivell, impresor y editor : apuntes históricos sobre la editorial Salvat y su fundador ", Butlletí de la Reial Acadèmia de Belles Arts de Sant Jordi, XII, 1998, pp. 61-83; Dos editores de Barcelona por América latina. Fernando y Santiago Salvat. Epistolario bilingüe 1912-1914 1918 y 1923, Madrid Iberoamericana 2010 ; Pablo Salvat Espasa (1872-1923). Editor, Arquitecto, Concejal de Barcelona, de próxima publicación, en Trea.

[46] Mònica Baró Llambias, Les edicions infantils i juvenils de l'Editorial Joventut 1923-1969, Tesi Doctoral, Universitat de Barcelona, 2005.

[47] Cf. J.-F. Botrel, “Los nuevos lectores en la España del siglo XIX", Siglo diecinueve, n° 2, 1996, pp. 47-64; « Las lecturas ilustradas  de los nuevos lectores”.

[48] Haría falta, para España, un estudio parecido al llevado a cabo para Francia por Anne-Marie Chartier y Jean Hébrard (cf. nota 32).

[49] Cf. nota 2.

[50] Manuel Morales Muñoz, El librero Francisco de Moya. Un krausista de provincias, Cádiz, Editorial UCA/UMA Editorial, 2018. 

[51] Jesús Antonio Martínez Martín,  (dir.), Historia de la edición en España (1939-1975), Madrid, Marcial Pons, 2015.

[52] Christine Rivalan Guégo, Myriam Nicoli (dirs.)La collection. Essor et affirmation d’un objet éditorial., Rennes, PUR, 2014, pp. 203-218 (traducción al español: La colección: auge y consolidación de un objeto editorial (Europa/Américas, siglos XVIII-XXI). Bogotá: Universidad de los Andes: Universidad Nacional de Colombia, 2017).

[53] Ch. Rivalan Guégo (dir.), Gran Enciclopedia Gallega (1974-1991). La forja de una identidad, Gijón, Trea, 2016.

[54] Pedro Rueda (dir.), La publicidad del libro en el mundo hispánico (siglos XVII-XX). Los catálogos de venta de libreros y editores, Madrid, Calambur, 2016; Lluís Agustí, Mònica Baró, Pedro Rueda (eds.), Edición y propaganda del libro: las estrategias publicitarias en España (siglos XVIII-XX), Barcelona, Calambur, 2018.

[55] Miguel Ángel López-Morell y Alfredo Molina Abril,  “La Compañía Iberoamericana de Publicaciones. Primera gran corporación editorial en castellano”, Revista de Historia Industrial, 49, pp. 111-146. En internet: <www.um.es/mlmorell/Seminario CIAP Complutense.pdf>.

[56] Fernando García Naharro, Editando ciencia y técnica durante el franquismo. Una historia cultural de la editorial Gutavo Gili (1939-1966), Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2019, pp. 199-202.

[57] Laura Bellver Poissenot, La editorial Montaner i Simón (1868-1981). El esplendor del libro industrial ilustrado (1868-1922).Tesis de la Universitat de Barcelona, Departament d’Història de l’Art, 2017

[58] Jesús A. Martínez Martín, Los negocios y las letras. El editor Francisco de Paula Mellado (1807-1876), Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2018.

[59] Raquel Sánchez, Mediación y trasferencias culturales en la España de Isabel II, Madrid/Frankfurt am Main, Iberoamericana/Vervuert, 2017.

[60] Beatriz Sánchez Hita (dir.), En letras de molde. Impresores y libreros en los siglos XVIII y XIX, Cuadernos de Ilustración y Romanticismo. Revista Digital del Grupo de Estudios del Siglo XVIII, n° 24 (2018).

[61] Cf. Antonio Castillo Gómez, « La historia social de la cultura escrita. Una entrevista con Antonio Castillo Gómez »,  Revista Tempo e Argumento, Florianópolis, v. 7, n° 15, maio/agos. 2015, pp. 229-242.

[62] Cf. J.-F. Botrel, « La literatura traducida : ¿es española ? », en Marta Giné, Solange Hibbs (eds.), Traducción y cultura. La literatura traducida en la prensa hispánica (1868-1898), Bern, Peter Lang, 2010, pp. 27-40.

[63] Ni que decir tengo lo imprescindible que es acudir a los clásicos (Chartier, Darnton, Lyons, Mollier, Barbier, José Luis de Diego, etc.) y procurar tener en cuenta lo que sobre temas parecidos próximos se está haciendo en Europa, como menos.

[64] Cf. Roger Chartier, « ¿Qué es un libro ? », en  R. Chartier (ed.), ¿Qué es un texto ?, Madrid, Círculo de Bellas Artes, 2006, p. 7-25.

[65] Remito a Antonio Viñao Frago, Leer y escribir. Historia de dos prácticas culturales, Naucalpan de Juárez, Fundación Educación, voces y vuelos, 1999.

[66] Recuérdese lo que escribía Diderot: "Bordez, Monsieur, toutes nos frontières de soldats, bardez-les de baïonnettes pour repousser tous les livres dangeureux qui se présenteront, et ces livres, pardonnez-moi l'expression, passeront entre leurs jambes ou sauteront par dessus leurs têtes et nous parviendront[66]". Diderot, Mémoire sur la liberté de la presse) “ Orille usted, señor, todas nuestras fronteras con soldados, pertréchelos con bayonetas para repeler todos los libros peligrosos que se personen y estos libros, si me permite la expresión, se colarán entre sus piernas o saltarán por encima de sus cabezas y llegarán hasta nosotros” (citado por Lucienne Domergue, Le livre en Espagne au temps de la Révolution française, Lyon, PUL, 1984, p. 201).

[67] Así obró Robert Gessain, antropólogo y psicoanalista, desde un ente totalizador e unificador policéfalo, durante la investigación sobre Plozévet (Cf. A. Burguière, Bretons de Plozévet...).

[68] Cf. J.-Y. Mollier, J.-F. Sirinelli, F. Vallotton (dir.), Culture de masse et culture médiatique en Europe et dans les Amériques. 1860-1940, Paris, PUF, 2006.