El 1968 de un hispanista francés.

 

         En un reciente libro (La France d’hier), el sociólogo Jacques le Goff, autor de Mai 68, l’héritage impossible (1998), señala los límites —cara a la Historia— tanto del discurso lenitivo y esquemático de los soixante huitards (los vencedores y herederos del 68) como de su posterior crítica, demoledora y no menos esquemática, por unas nuevas generaciones conservadoras. 

Sin pretensión de establecer otra vía de interpretación, valga, medio siglo después, este relato personal —que no ego-historia—de cómo vivió, como actor o espectador, el año 1968, un hispanista bretón de 25 años, con la mili cumplida y experiencia militante en los sindicatos estudiantiles y docentes, funcionario de por vida desde los 19, casado con hijo y carrera asegurada (Ilust. 1). Un momento personal fugaz —como un acmé—, colectivamente vivido, y solo interpretable en la larga duración, con todas sus primicias y consecuencias, algunas muy duraderas y estructurantes de las mentalidades y conductas de hoy. Con todos los límites de la memoria, olvidadiza y selectiva, como se sabe, y potencialmente influenciada por las lecciones de la Historia.

Para este hispanista provinciano, la experiencia del mayo 1968, empezó el 23 de marzo, en París, en la universidad de Nanterre, al día siguiente de la fundación en esta misma universidad del luego célebre Mouvement du 22 mars, un movimiento estudiantil antiautoritario de inspiración libertaria que sirvió como de detonador para los ulteriores acontecimientos de mayo y junio de 1968.

         En esta universidad, recién creada y aún en obras, se había de celebrar el V congreso de la Société des Hispanistes Français de l’Enseignement Supérieur (SHF) de la que como profesor recién contratado en la facultad de letras de Rennes acababa de hacerme socio. Al estar ocupada la administración de la universidad por los estudiantes protestarios desde la noche anterior, la acogida de los congresistas en la estación de Nanterre-La Folie (¡así se llamaba entonces !) se hizo entre dos filas de policías y en medio de banderas de distintos países hispanófonos que engalanaban las adustas fachadas, entre ellas la rojigualda de España, con el escudo del águila, el yugo y las flechas, indefectiblemente asociada en las representaciones con el régimen de Franco.

         Este detalle propició que un grupo de estudiantes rebeldes entre los que después se dijo que estaba un futuro líder del mayo francés, Daniel Cohn-Bendit, invadiera el anfiteatro donde el centenar de participantes celebraba su primera junta general, a exigir que la asamblea aclarara su posición con respecto al régimen franquista.

         Presidía la sesión Marcel Bataillon, el veterano y venerable autor del clásico Erasmo y España (Ilust. 2)—73 años, un impecable terno con corbata, con su noble porte y sus cuidadas canas y bigotito a la antigua—  quien con su habitual cortesía y dulce y pausada voz, hizo observar que le parecía que no se había invitado a aquellos jóvenes, más bien desaliñados e hisurtos.

Fue Noël Salomon (51 años, autor de Lo villano en el teatro del Siglo de Oro y director del Instituto de Estudios Ibéricos e Iberoamericanos en la universidad de Burdeos), quien, con no poca indignación y vehemencia ante tan injusta suspicacia, recordó su compromiso personal y el de la mayor parte de los hispanistas franceses durante la Guerra Civil y después : a los 20 años había estado en Barcelona al frente de una comisión internacional de estudiantes solidarios con la España republicana. Ante esta situación, otros se contentaron con leerles la cartilla (académica), reprendiéndoles la falta de respeto hacia sus mayores y profesores,  o con presenciar una situación bastante inédita y, en todo caso, inesperada.  Durante en este imprevisto acto, los estudiantes no se subieron a la cátedra ; al pie quedaron, antes de irse a otra parte.

         Esta primera experiencia directa del enfrentamiento entre generaciones —el « proceso de diferenciación de la juventud respecto del orden de sus mayores »  que dice Antonio Elorza (El País de 30 de enero de 2018)—, fue percibida por los más como una agresión simbólica e injusta a unas figuras muy respetadas por su historia académica y personal, por parte de unos jóvenes ideologizados pero ignorantes de quién era quién, como un acto de iconoclasia, pero también, por la parte más joven de la corporación académica, cada vez más numerosa a raíz del acceso a la universidad de los babyboomers de la post-guerra de 39-45, como un cuestionamiento (el término francés es contestation) también simbólico de la autoridad y del poder ejercidos por los catedráticos de universidad y directores de tesis, los mandarins, vulgo : caciques o mandamases.

Lo cierto es que, de resultas o llevado por una corriente contestatrice en el propio seno de la corporación, en las elecciones a la Junta Directiva, en vez del único representante de los assistants (Profesores No Numerarios) previsto por los estatutos, salieron elegidos tres (entre ellos, un futuro presidente de la SHF entre 1986 y 1990): una pequeña revolución transgresora y prenunciadora de una evolución luego legalmente sancionada en las relaciones de fuerzas dentro de la institución universitaria.

A partir de principios de mayo, lo que todavía parecía limitarse a un movimiento de protesta estudiantil parisino empezó a cundir en las provincias, y los acontecimientos se forjaron y vivieron a un doble nivel : a nivel informativo, con la atención prestada a lo que se iba reportando por las emisoras de radio, muy especialmente las no oficiales, o por la prensa diaria, y, a nivel local,  con muchas huelgas, ocupaciones y manifestaciones pero también asambleas, reuniones y comisiones.

Con motivo de las manifestaciones que pronto se hicieron casi diarias (12.000 manifestantes en Rennes el 13 de mayo) en las que coincidieron —sin confundirse— estudiantes, obreros y al final campesinos, se recorrieron,  pacíficamente —en Rennes no hubo barricadas —en un ambiente casi festivo, con unos renovados esloganes y las acostumbradas banderolas, las principales calles de la ciudad hasta la Prefectura, lugar del poder. Mi hijo a horcajadas sobre los hombros de su padre aprendió a corear un muy ritmado « A-bas/le-gouvernement/anti/populaire/de-chômage-et-de-misère » (Abajo el gobierno antipopular de paro y miseria), dentro de una tonalidad globalmente anti-capitalista, anti-imperialista y, por supuesto, antigaullista, y muchos puños en alto. En algún momento, a algunos les pareció vivir una Comuna solo conocida de lecturas, con reparto de patatas suministradas por los agricultores y todo.

En las multitudinarias asambleas organizadas en las distintas facultades incluso en la muy conservadora Facultad de Derecho y dirigidas por unos líderes estudiantes subidos ya a la cátedra, los profesores hicieron la experiencia de una palabra compartida con los más novatos oradores, y los sindicalistas, además del abigarrado abanico de opiniones y soluciones, del tremendo desfase entre la práctica de la reivindicación organizada y negociada y la aspiración a una revolución hic et nunc. Aún no estaba prohibido fumar en el recinto universitario.

En las comisiones sobre la reforma de la educación y de la universidad, en las que llegaron a participar los profesores, se cuestionó  mucho la autoridad docente en pro de unas prácticas más colectivas y activas y unas nuevas modalidades de exámenes. Algo que a un partidario de los métodos de educación activa, le parecía —con alguna reserva— ir por buen camino. Pero sin demagogia, manteniendo las distancias entre unos docentes con más o menos autoridad y unos aprendices deseosos de mostrarse más autónomos y responsables.

El que se pretendiera aupar la imaginación al poder dio pie para unas muy inventivas creaciones verbales o gráficas como aquel « Vive le didactariat de la prolétature » (¡Viva el didactariado de la proletatura !) aún visible (difícilmente) en la parte alta de un edificio de la universidad Rennes 2, además de los numerosos y muy creativos carteles pegados por doquier.

Para una parte de los universitarios, como para la mayor parte de los líderes de los sindicatos obreros, bastante reticentes ante el cariz libertario de muchas expresiones y reinvidicaciones antisistema, tipo « Está prohibido prohibir », la preocupación era encauzar y transformar un movimiento social que iba cobrando fuerza, pero sin objetivos muy precisos, hacia un cambio de régimen y una transformación profunda y duradera del sistema capitalista encarnado por De Gaulle y las derechas.  

Al hilo de los días, aunque el movimiento se había extendido a todo el país, en Rennes se vivió más que nunca al ritmo de lo que estaba pasando en París, con los hitos de la firma del pacto de Grenelle (sede del Ministerio de Trabajo donde se celebraban las negociaciones) el 27 de mayo con las conquistas económicas y sociales que suponía (revalorización del salario mínimo, nuevos derechos sindicales, etc.), insuficientes para muchos (« Ce n’est qu’un début, continuons le combat » (No es más que el comienzo, sigamos luchando), clamaban los partidarios de mantener el pulso), el mitin de Charléty, sin propuesta política alternativa muy clara para poder afirmar el poder popular, estudiante u obrero, la dramatizada desaparición y reaparición del presidente de la República, la masiva contramanifestación parisina de 30 de mayo, y el mismo día, la convocación para los 23 y 30 de junio de unas elecciones generales, con su campaña electoral casi clásica (y para mí la única experiencia de una comisaría a raíz de una pegada de carteles salvaje). Con sus resultados : una muy escasa abstención (a pesar de lo de « Elections, piège à cons » (Elecciones, trampa para bobalicones) y una aplastante mayoría de derechas (el 58% de los votos ; más de 80% de los escaños) y solo 7 escaños para el Partido Comunista Francés (PCF), la principal fuerza de oposición en la época. Cada mochuelo a su olivo : ya era tiempo de recoger las huellas gráficas de dos meses de intensa movilización social a base de fotos hoy conservadas en el archivo municipal de la ciudad (Ilust. 4). Y para la Facultad de adaptar los exámenes a la situación, con pruebas orales en septiembre.

Pude comprobar entonces que el hecho generacional no bastaba para explicar ese inédito movimiento social : tenía yo casi la misma edad que muchos de mis estudiantes y compartía en gran parte su rechazo a una autoridad « natural », pero mi estatuto social y mi visión de una futura sociedad no me permitían dejarme llevar por una embriagadora corriente. ¿Contradicciones principales o contradicciones secundarias ?

Lo cierto es que, a raíz del mayo del 68, algo cambió en las relaciones entre estudiantes y profesores, con la legitimación de los trabajos colectivos a base de los llamados Groupes de Travail Universitaire, de unas nuevas relaciones pedagógicas, con el cuestionamiento de la clase magistral, a favor de una pedagogía más activa y de un aprendizaje más autónomo y responsable,  y también la participación en las reuniones de departamento de representantes de los estudiantes.

También  quedó puesto en entredicho el poder de los catedráticos en los órganos rectores de las nuevas universidades creadas a raíz de la ley de 12 de noviembre de  1968 sobre orientación de la Enseñanza superior,  entre ellas la de Rennes 2 : sin que desapareciera del todo el sistema de representación ponderada, los « no-catedráticos » de universidad consiguieron una mejor representación y participaron ya efectivamente en la gestión de todos los asuntos universitarios.

Pero más relevantes que el momento propiamente dicho fueron, en mi opinión,  sus efectos diferidos, prolongados y consolidados.

En la Casa de Velázquez, en Madrid, como investigador pude, en 1971-1975, poner por obra mi cuestionamiento de las investigaciones y tesis tradicionales, al propio tiempo que el canon literario consagrado (he procurado situarlo en un « ensayo de autohistoriografía » publicado en la Revista de historiografía, 2004, n° 1, pp. 10-19). En la administración de este « gran establecimiento científico », al margen de las solidaridades personales con los antifranquistas, se impusieron unas exigencias de más democracia (luego satisfechas) y unas iniciativas autogestionarias, como la organización de seminarios y coloquios o la redacción de un libro blanco por los mismos investigadores. También acompañó, en algún caso, el cuestionamiento de la autoridad del director, plasmado por el Colectivo de Creación de la Casa de Velázquez en un cartel-panfleto titulado ¡Encagez-vous ! que se puede entender como ¡enjaularos ! pero también ¡alistaros ! (Ilust. 5). Cambió el código indumentario, con la desaparición de la corbata y la moda del pelo ­—y también de las barbas— sin recortar.

Un poco más tarde, en la universidad de Rennes 2, se promovió, con el apoyo de los sindicatos docentes y estudiantes progresistas, con probada capacidad a resistir a las imposiciones de los ministerios conservadores o reaccionarios, un ambicioso programa de renovación e innovación, muy en el espíritu de 1968, según sus adversarios. Un ruptura muy simbólica con la « vieja universidad » fue la victoria en las elecciones a rector de 1976, de un « no-catedrático », muy implicado en la acción en 1968 y después. En « Une université de citoyens » (Una universidad de ciudadanos) (en Entre fidélité et modernité. L’université Rennes 2-Haute-Bretagne, Rennes, PUR, 1994, pp. 113-124), como ex-rector (1981-1986), con corbata ya e incluso pajarita, he dado cuenta de aquel espíritu no libertario sino democrático e igualitario, que nos llevó colectivamente, sin desestimar el valor heurístico de la palabra y del debate, a procurar traducir en los hechos las generosas ideas y exigencias de cambio y progreso, con la convicción de que no bastaba con reivindicar y resistir sino que también convenía la reforma individual y colectiva. Seguir construyendo, dentro de lo que permitía el sistema, una alternativa al orden universitario antiguo.

Cincuenta años después, catedrático emérito ya,  con canas y marcada calva desde hace mucho tiempo, me ratifico como partidario de la invención de lo posible, sin renunciar a la exigencia de libertad, igualdad y fraternidad, valores y utopía al mismo tiempo, y sigue vigente para mi autogobierno, como legado del espíritu de mayo de 1968, la exhortación del coro de actores al final de La excepción y la regla de Bertoldt Brecht :

 

« En una época en que impera la confusión

En que corre la sangre

En que se ordena el desorden

En que lo arbitrario cobra fuerza de ley

En que la humanidad se deshumaniza

No digáis nunca esto es natural

Para que nada pase por inmutable 

En la regla encontrad el abuso

Y donde el abuso queda manifiesto

Encontrad el remedio

Procurad para cuando dejéis este mundo

No solo haber sido buenos

Sino dejar un mundo bueno».